15 de diciembre de 2007

LA RUTA DE LOS BORDADOS

LA RUTA DE LOS BORDADOS

Durante los 70’s fue la ruta preferida por los extranjeros que buscaban la abundancia de los hongos alucinógenos. Era la época dorada de los hippies, una contracultura que pretendía transformar al mundo en un remanso de paz y amor.Rosita Hinojosa todavía recuerda a aquellos gringos, de cuerpos menudos y largos cabellos.

Ellos volvieron famosa a esa zona por las razones equivocadas.“A veces caminaban durante horas, otras veces alquilaban caballos para subir a las montañas. Siempre los veía perderse en el serpenteante y estrecho camino que conecta Angochagua con La Esperanza. Ninguno tenía ojos para ver que estos pueblos podían ofrecerles más y no solo hongos”, dice doña Rosita, quien cumplirá 50 años bordando a mano.

Esta mujer vive al nororiente de Ibarra, en un espacio ocupado por las parroquias rurales La Esperanza y Angochagua. De ese sector, la capital imbabureña se provee de una parte del agua que se potabiliza y que proviene de los páramos todavía intactos.Las dos jurisdicciones están colmadas de historia, tradiciones y bellos parajes.

Comparten, además, la fama mundial de manufacturar primorosos bordados, los cuales fueron llevados fuera de las fronteras patrias por los turistas y emigrantes, para adornan casas y negocios europeos, asiáticos y americanos.En el presente, ambas parroquias constituyen la denominada ruta de los bordados. Miles de mujeres, indígenas y mestizas, han conseguido en el curso de un siglo, hilvanar una parte de la historia imbabureña con su envidiable destreza para manejar las agujas y los hilos.

Manteles, camisas, blusas, paneras, tapetes, cobertores de toallas, vestidos, pantalones, caminos de mesa y más, se venden en los talleres, las ferias locales y en casi todas las urbes ecuatorianas. Cada prenda tiene un bordado particular y un diseño inspirado en el rico entorno cultural.Pájaros, flores, montañas, las fiestas indígenas, figuras geométricas, animales domésticos, en fin, quedan eternizados con los hilos multicolores sobre telas blancas de fabricación nacional.

La imaginación no conoce límites.Por eso, algunos trabajos se terminan en horas e, incluso, en semanas. Ese es el valor agregado que se aprecia en el exterior y, por ello, un mantel para 12 personas puede costar hasta 200 dólares y el triple de ese valor fuera del país.Aún hoy, los habitantes de una y otra parroquia discuten sobre en cuál de ellas empezó el arte del bordado. Un oficio que repuntó en los últimos 20 años por su comercialización masiva en Otavalo y que ahora bordea el umbral de la alta costura, gracias a las camisas bordadas que el presidente de la República, Rafael Correa, se impuso utilizar en lugar de las camisas y corbatas habituales.

Teresa Casa es presidenta de la Asociación de Bordadoras Zuleta, en el pueblo del mismo nombre y considerado el más representativo y comercial de Angochagua. Según ella, los bordados empezaron a mejorar hace un siglo.“En ese tiempo las mujeres vestían prendas adornadas con coloridos trozos de tela recortados y cocidos a los ponchos y blusas.

Así empezó este oficio que se ha convertido en un arte de lujo”, dice Casa.Con el tiempo, los nuevos hacendados, especialmente de la hacienda Zuleta de propiedad del ex presidente Galo Plaza Lasso, abrieron talleres para mejorar los trabajos y formaron pequeños negocios. Las técnicas se volvieron ciencia y en las escasas escuelas se enseñaba a bordar a las niñas mestizas e indígenas.“En 1938 llegó a Zuleta, Adela Carrascal Noboa, una eminente maestra escolar. Ella se sorprendió del desarrollo de los bordados y decidió impulsarlos. De su sueldo compraba retazos de tela y los repartía a las niñas, mientras los muchachos labraban el campo.

Ella fue mi maestra y marcó el inicio de las microempresas del bordado”, afirma Casa.Esta dirigente, de la principal organización artesanal de Zuleta, bordó la primera camisa que vistió Correa en su posesión presidencial. Cada 15 días, su organización, que empezó en 1995, oferta sus productos en la casa comunal.A sus 47 años considera que ya es el momento de avanzar y con su equipo prepara diseños para entrar en la confección de elite.

El primer logro fue un vestido de novia bordado con hilos de seda y que se cotizó en 600 dólares.Pero ese trabajo es solo la punta del ovillo. Para el 2008 se preparan chaquetas, vestidos y pantalones elegantes y con el toque inigualable del bordado a mano.Con las piedras sobre el caminoLa ruta de los bordados empieza en Ibarra y el ascenso hacia las parroquias La Esperanza y Angochagua se realiza por dos avenidas: El Retorno y Atahualpa, en dirección a Caranqui.

La carrera empedrada Galo Plaza Lasso atraviesa ambas parroquias y es el punto de referencia para llegar al volcán Imbabura (4 600 msnm), la laguna El Cubilche, diversas cascadas y una veintena de comunas apartadas, al pie de montañas forradas con bosques de pino y eucalipto.Alrededor de 10 000 personas pueblan esa zona que contribuyó a la historia local al albergar durante cuatro años a los sobrevivientes del terremoto de 1868.

Esta ruta se recorre en unos 40 minutos desde Ibarra.La carrera Plaza Lasso es parte de la vía Ibarra-Zuleta-Olmedo. Este serpenteante empedrado permite acceder a la parroquia La Esperanza y sus diversos barrios.La Esperanza tiene una particularidad sorprendente. A primera vista parece un pueblo inactivo, pero detrás de cada puerta cerrada que franquea el paso hacia las casas bajas de construcción mixta (adobe, teja y bloque), siempre hay una o varias mujeres bordando.

Rosita Hinojosa es presidenta de la Asociación de Mujeres Bordadoras de Santa Marianita de La Esperanza. Su organización empezó hace un año y en ese tiempo abrió un exhibidor a un costado de la vía.“Este oficio se heredó de madre a hija y se perfeccionó cuando los turistas empezaron a utilizar esta vía continuamente para ascender al volcán. Desde hace 40 años, el paso de los extranjeros no para y muchos se detienen a tomarnos fotos y videos, les encanta todo lo que se hace a mano, sin máquinas” explica Hinojosa.

Se estima que semanalmente salen de esta parroquia unas 5 000 piezas bordadas, el 60 por ciento se vende en los negocios y el mercado de Ponchos de Otavalo, a través de los intermediarios. Lamentablemente, todavía no podemos prescindir de ellos, dice Marilín Ipaz, de 24 años, quien empezó a bordar a los 6.“Todo trabajo requiere de un diseño que se dibuja sobre la tela de algodón tipo Panamá que se compra en Ibarra y Quito. Por ahora, nuestro trabajo se vende a los comerciantes de Otavalo, pero queremos independizarnos y abrir mercados directos. Por eso estudio Contabilidad y la meta es formar una empresa familiar como han hecho otros”, añade Ipaz.En Angochagua ocurre lo contrario que en La Esperanza. Las bordadoras abrieron sus talleres y almacenes en Zuleta y aguardan pacientemente el arribo seguro de los visitantes. “Aquí hicimos a un lado a los intermediarios porque pagaban lo que querían y a crédito.

Nuestros clientes llegan de todo el mundo e, incluso, hacemos ventas por Internet, casi todas las bordadoras tenemos correos electrónicos”, asegura Fanny Albán, de 59 años.En ambas parroquias, las bordadoras compran los hilos importados de Colombia, con tecnología francesa. La tela blanca de algodón, sobre la cual se realizan los bordados, es de dos variedades: Panamá e Indú con pliegues.La ruta de los bordados se mantiene en el tiempo por la interacción de las bordadoras y el hermoso entorno natural.

“Ambas actividades se complementan, pues los visitantes llegan para observar ambos atractivos. Acá tenemos el taita Imbabura, El Cubilche, las tres cascadas, tours en caballo, comida típica y orgánica”, añade Emerson Obando, propietario del Refugio Terra Esperanza.La visita de los ‘gringos locos’Para Amilcar Tapia, historiados y antropólogo en Ibarra, el bordado es una tradición ancestral en Angochagua y La Esperanza.

“En tumbas arqueológicas se hallaron restos de telas y tejidos bordados. No se conoce de la existencia de obrajes. Además, se tejían manteles con bordes en croshé y los clientes eran los miembros de la clase pudiente de Ibarra”, dice Tapia.A partir de 1965, con la Reforma Agraria y la parcelación de las tierras, el bordado tuvo un repunte, pues los empleados de las antiguas haciendas buscaban nuevos ingresos. Las comunidades religiosas de los Agustinos, Mercedarios y Dominicos tuvieron enormes propiedades en ambas parroquias, que fueron divididas, vendidas o arrendadas después de la Revolución Liberal.

“La hacienda Pesillo, por ejemplo, tenía unas 4 000 caballerías, cada una de 30 ha. Los Mercedarios tenían ciertas formas de obraje y allí hacían trabajar a las mujeres en los bordados, cuyos productos se vendían en Lima y Bogotá, según consta en documentos que se hallan en el convento máximo de La Merced de Quito”, añade el historiador.Entre 1963 y 1966, con la abolición del Huasipungo, las organizaciones campesinas e indígenas se fortalecieron e influyeron para que los bordados empezaran a venderse en determinados almacenes de Quito. “La influencia del ex presidente Galo Plaza Lasso es notable.

Él ayudó a organizar y mejorar el trabajo de las bordadoras”, comenta Tapia.Con respecto a los hongos alucinógenos, la historia confirma la apreciación de los habitantes. “En el páramos del volcán Imbabura, en 1798, Francisco José de Caldas, naturista, observó que el ganado no comía una especie de hongo al que se consideraba venenoso y eso quedó anotado en su trabajo. En 1960, el botánico Misael Acosta Solís acotó que esos hongos tenían puntos rojos y eran estupefacientes. Él los llamó plantas soñadoras y eso atrajo a los hippies”.

Entre 1965 y comienzos de los 70’s, los ‘gringos locos’ eran visitantes continuos en Angochagua y La Esperanza. “Los niños y la gente de la zona les preparaba sus raciones de hongos secos, mezclados con ceniza de hoja de plátano. Eso fumaban o comían y de paso compraban algunas prendas bordadas. Así empezó la fama mundial de la ruta de los bordados”, asegura Tapia.LA BITÁCORA¿Cómo llegar? Desde Ibarra opera la cooperativa interparroquial Zuleta, la cual sube por la Av. El Retorno. También hay camionetas y, como hacen los extranjeros, caminan por dos o tres horas.¿Qué comer? La carne azada y el mote, las papas y los choclos cocinados en leña y en fogones construidos con barro se ofrecen en sitios como el Refugio Terra Esperanza.¿Qué vestir llevar? Unos buenos zapatos para caminar, abrigos, gafas, carpas para acampar. Los interesados pueden contactarse con Emerson Obando 062660228. Cel. 098500301.

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